El sufrimiento por la gordofobia

La periodista, actriz y activista contra la gordofobia Teresa López Cerdán abandonó temporalmente las redes sociales el pasado 13 de mayo tras sufrir bullying y acoso por parte de numerosos usuarios. «Tenía que darte un infarto o algo malo en la salud para que te des cuenta de que quien tiene que cambiar eres tú y no los demás». Es uno de los muchos comentarios que ha recibido en las últimas semanas y que leía frente a la cámara tres días antes de anunciar su retirada: «La gente acaba ingresada en hospitales por mensajes como los que lanzáis y acaba terminando con su vida por no tener el cuerpo que desea», denunciaba la activista entre lágrimas.

La gordofobia no sólo perpetúa la exclusión y el rechazo, sino que también tiene graves consecuencias para la salud y el bienestar emocional de las personas que la sufren. No sólo ocurre en las redes, sino en los colegios e incluso en los entornos familiares, como demuestran los testimonios en primera persona de Adrián y de Pablo.

«Lo peor que podía pasar era que no te ignorasen, porque entonces te insultaban y te pegaban

Adrián, 22 años

«Lo peor que podía pasar era que no te ignorasen, porque entonces te insultaban y te pegaban

La libertad que se toman los desconocidos para opinar es un sufrimiento habitual que sobrellevan como pueden las personas gordas, pero si algo tiene un impacto devastador es cuando son sus seres queridos los que sueltan la ‘bomba’.

En el caso de Pablo (también nombre ficticio), de 28 años, fue su propia familia la que alimentó una enorme inseguridad: «Hace tres años que dejé de mirarme al espejo porque mis padres y mis hermanos me decían que me veían muy feo», cuenta frotándose las manos con ansiedad. Durante la pandemia, Pablo consiguió dejar de fumar. En poco tiempo, recuerda, ganó 15 kilos. «Yo pensaba que era culpa mía por no esforzarme más, pero la verdad es que estas cosas son muy difíciles», relata.

No poder salir de casa para hacer ejercicio y no tener nada que hacer más que estudiar, sumado al impacto físico y mental que supone desengancharse de un vicio como es el tabaco, marcaron profundamente la vida de Pablo: «Cuanto más peso ganaba más doloroso se volvía todo. Mi familia comenzó a compararme con una ballena. Ahora llevo barba para poder esconder la grasa que se acumula en mi cuello. Me hicieron creer que ser gordo era asqueroso».

Dos años después de declarada la pandemia, Pablo se pudo ir de casa alquilando una pequeña habitación en un piso compartido cerca del centro de Logroño y se encontró con un problema que las personas con sobrepeso suelen afrontar con discreción y con resignación: la ducha de la nueva casa era demasiado pequeña para su cuerpo. «Tuve que cambiarme de piso a las dos semanas. Ahora, en el que estoy, la cama también me resulta muy incómoda, así que siento que no puedo seguir con mi vida si no bajo de peso», relata.

A esto se le suma la dificultad para encontrar ropa de su talla y el rechazo que siente por estrenar cualquier prenda: «Me he llegado a creer tanto que soy feo que ya no me quiero comprar ropa buena».

Sin embargo, lo peor de todo para Pablo y la mayoría de personas en su situación es la inseguridad: «Aunque actualmente estoy en un entorno que no me juzga por mi físico, creo que necesitaré muchos años para volver a sentirme bien conmigo mismo. No sé cómo superaré las inseguridades que me ha metido en la cabeza mi familia por el simple hecho de tener sobrepeso».

«Hace tres años dejé de mirarme al espejo porque mis padres me decían que me veía muy feo»

Pablo, 28 años

«Hace tres años dejé de mirarme al espejo porque mis padres me decían que me veía muy feo»

La libertad que se toman los desconocidos para opinar es un sufrimiento habitual que sobrellevan como pueden las personas gordas, pero, si algo tiene un impacto devastador, es cuando son sus seres queridos los que sueltan la ‘bomba’.

En el caso de Pablo (también nombre ficticio), de 28 años, fue su propia familia la que alimentó una enorme inseguridad: «Hace tres años que dejé de mirarme al espejo porque mis padres y mis hermanos me decían que me veían muy feo», cuenta frotándose las manos con ansiedad. Durante la pandemia Pablo consiguió dejar de fumar. En poco tiempo, recuerda, ganó 15 kilos. «Yo pensaba que era culpa mía por no esforzarme más, pero la verdad es que estas cosas son muy difíciles».

No poder salir de casa para hacer ejercicio y no tener nada que hacer más que estudiar, sumado al impacto físico y mental que supone desengancharse de un vicio como es el tabaco, marcaron profundamente la vida de Pablo: «Cuanto más peso ganaba más doloroso se volvía todo. Mi familia comenzó a compararme con una ballena. Ahora llevo barba para poder esconder la grasa que se acumula en mi cuello. Me hicieron creer que ser gordo era asqueroso».

Dos años después de declarada la pandemia, Pablo se pudo ir de casa alquilando una pequeña habitación en un piso compartido cerca del centro de Logroño y se encontró con un problema que las personas con sobrepeso suelen afrontar con discreción y con resignación: la ducha de la nueva casa era demasiado pequeña para su cuerpo. «Tuve que cambiarme de piso a las dos semanas. Ahora, en el que estoy , la cama también me resulta muy incómoda, así que siento que no puedo seguir con mi vida si no bajo de peso».

A esto se le suma la dificultad para encontrar ropa de su talla y el rechazo que siente por estrenar cualquier prenda; «Me he llegado a creer tanto que soy feo que ya no me quiero comprar ropa buena».

Sin embargo, lo peor de todo, para Pablo y la mayoría de personas en su situación es la inseguridad: «Aunque actualmente estoy en un entorno que no me juzga por mi físico, creo que necesitaré muchos años para volver a sentirme bien conmigo mismo. No sé cómo superaré las inseguridades que me han metido en la cabeza mi familia por el simple hecho de tener sobrepeso».

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