«Ahora tenemos que defender». El coronel Yuri Knutov, en la reserva del ejército ruso, es tajante sobre el rumbo que Moscú debe tomar en los próximos días en Bajmut. La ocupación del centro de la ciudad (o «liberación» en la jerga del Kremlin) se levanta sobre incontables cadáveres. Y a excepción de un número mínimo de episodios, la experiencia demuestra lo fácil que las conquistas cambian de manos en esta invasión. Como Knutov piensan otros militares y analistas convencidos de que la guerra en la ciudad reducida a escombros y ceniza no ha acabado con su captura por parte de Rusia.
Ucrania ha perdido esta posición del frente del Donbás, eso es un hecho cierto, pero conserva algunos reductos «mínimos» al norte y sur, aparte de la hazaña que supone haber dominado una retirada en desbandada para, a cambio, atrincherarse con cierta disciplina en el extrarradio. El embate invasor ha sido cómo la caída de un sólido en el agua: el avance de los paramilitares del Grupo Wagner, protegidos en sus flancos por un escudo de tropas regulares enviadas por el Kremlin, ha expulsado a los defensores a los suburbios. Al campo donde todavía no se ha coagulado la sangre rusa. «Estoy en las trincheras. Nos hemos fortalecido en las posiciones» que hace solo unos días alojaban a los ocupantes, explica Yuriv, un joven miembro de las brigadas de asalto ucranianas en un tuit a ‘The Washington Post’.
La paradoja de Bajmut. Ahora son sus dueños los que intentan entrar mientras los ‘okupas’ rusos levantan fortificaciones a toda velocidad y barren los conatos de resistencia edificio por edificio. También han empezado a reunir a los escasos civiles refugiados en los sótanos y, según las autoridades prorrusas de Donetsk, los artificieros están ya en el «proceso de desminado», conscientes de que detrás de cada puerta o junto a los escombros de una calle puede ocultarse una bomba-trampa.
La lucha por este enclave se ha convertido en un enfrentamiento fanático. Posiblemente, ni Moscú ni Kiev lo darán por ganado hasta que muera el último enemigo en pie en la región. Los dos gobiernos han sublimado su simbolismo psicológico y generado una colisión extrema de fuerzas, hasta límites que algunos expertos consideran parejos a la batalla de Stalingrado en 1942 o la de Verdún en 1916.
Asaltos en el norte y sur
Las similitudes con ésta última resultan evidentes. Los combates entre la resistencia francesa y las tropas alemanas se prolongaron entonces 300 días (en Bajmut la contienda supera los 226) y costarón unas 800.000 vidas (no se sabe cuántas se ha llevado el frente del Donbás). Otros historiadores observan más coincidencias con la batalla del Somme. También desarrollada en 1916, la confrontación entre británicos y franceses con el ejército alemán para romper su línea del frente al norte de Francia se convirtió en la peor matanza de la Primera Guerra Mundial. Derivó en una guerra de desgaste donde las fuerzas británicas y alemanas quedaron reducidas al tamaño de un púgil tambaleante. Una situación parecida podría darse en Bajmut, donde existen sospechas de que la enorme cantidad de bajas registrada lastrará el curso de la invasión en los próximos meses.
Kiev ha reconocido indirectamente la pérdida de control del centro de la ciudad al asegurar que mantiene el dominio de algunos puntos mínimos en la perifera. Sin embargo, desde ahí considera posible armar una reconquista compleja. «La probable captura por parte de Wagner de la última pequeña área al oeste de Bajmut no afecta a los contraataques ucranianos en curso al norte y al sur», ha confirmado este lunes el Instituto de la Guerra de Washington (ISW). Las incursiones son dagas. Consisten básicamente en un toma y daca de los dos enemigos para controlar los edificios altos de la ciudad (en realidad, sus ruinas ) y disponer de superioridad de tiro sobre el enemigo. La fogosidad es tal que incluso se han dado combates por el control sobre los restos de un Mig-29 soviético derribado.
La palabra mágica es flanco. «El enemigo seguirá intentando activar su movimiento en los flancos. No desde un punto de vista militar, sino más bien político», sopesa en el medio digital ‘KP’ el coronel Yunot, quien cree que los ucranianos «necesitarán recuperar posiciones no solo alrededor de la ciudad, sino también en sí misma. Al menos capturar un punto de apoyo microscópico» para elevar la moral de las tropas y demostrar a Occidente que merece la pena seguir invirtiendo en armas destinadas a la expulsión de los invasores del país.
Una ciudad fantasma e inhabitable
Bajmut ya no es una opción de vida para nadie. No, desde luego, para sus antiguos 70.000 habitantes, casi todos ya asentados fuera de este enclave donde no queda una casa sin daños. Se repite el desastre de Mariúpol, caído en manos rusas justo hace un año. La inmensa mayoría de su población fue trasladada o murió bajo las bombas, los disparos de los francotiradores, el hambre o el frío. Muchos de sus antiguos residentes han terminado en Rusia, otros han conseguido repartirse por Europa. Las historias de terror son las mismas entre unos y otros. Los civiles no guerrean. Reciben el fuego de todos.
Lejos de los cuerpos mutilados y aquel humo acre de Mariúpol, con motivo del aniversario, una mujer de 33 años recordaba este fin de semana en la prensa cómo ella, su hija y su marido todavía sufren el síndrome postraumático y reaccionan con pavor ante cualquier ruido extraño. Se refugiaron durante meses en un sótano, arracimados con decenas de vecinos. «Algunos se arriesgaban a salir a por comida. Y varios no volvían». Los patios de los inmuebles se llenaban con cuerpos, capas y capas de carne putrefacta que debían enterrar para evitar el olor y las epidemias. Su hija le preguntó en una ocasión el motivo de que los perros devorasen a las «personas», en alusión a los cadáveres esparcidos por la calle. Ella misma «era como un lobo» de noche, «Cuando dormía mi hija, me levantaba a cuatro patas, lloraba y gritaba». «Todos nos abandonaron, incluso los nuestros nos dejaron allí», relata.
Casi nadie ha vuelto. Apenas se ha reconstruido un barrio. El que hace unas semanas visitó Putin acompañado de fotógrafos y televisiones como un burdo ejemplo de reconstrucción rusa. Según los kievitas, esos pocos bloques se han llenado con población marginal y «chivatos», prorrusos adeptos al Kremlin.
Bajmut tampoco es ya un lugar seguro para los perros de la guerra. El ISW considera que los mercenarios del Grupo Wagner sufren un «estado de agotamiento» que los incapacita para abandonar el centro de la ciudad y «continuar el combate fuera», en el extrarradio, Los expertos tampoco creen que a las tropas rusas les será posible avanzar desde la posición recién ganada hacia Kostyantynivka, Slavyansk o Kramatorsk: antes deben cruzar las defensas ucranianas, zonas abiertas, polígonos industriales y barrios edificados donde las emboscadas son seguras.
La opinión de Occidente es que los invasores aprovecharán el tiempo para crear sus propios baluartes y proteger las rutas de suministro, conscientes de las dificultades de fortificar un páramo de escombros. El alto mando militar en Kiev se muestra persuadido de que el enclave volverá finalmente a Ucrania o «no servirá de nada» a los rusos, ya que «todo son ruinas y muertos».
El presidente estadounidense, Joe Biden, estimó este domingo en Hiroshima, donde se reunió con Volodímir Zelenski en el marco de la cumbre del G-7, que probablemente han fallecido 100.000 combatientes rusos en Bajmut. Puede parecer descabellado, pero resulta factible. Han sido 224 días de guerra. Moscú cifra por encima de 50.000 los muertos en el bando ucraniano, aunque en general se admite que la cifra definitiva nunca se conocerá. Existe una cantidad indeterminada de cadáveres sin retirar del campo de batalla y de soldados desaparecidos, sinónimo de que se han volatilizado bajo los misiles, han perdido la vida por disparos o minas en zonas inaccesibles o sus restos permanecen bajo los escombros.
Lerdos o profesionales
Lo único cierto es la carnicería mayúscula. Y la incertidumbre sobre el peso que tendrá en el futuro. Los F-16 prometidos por Europa no volarán hasta otoño. Quedan meses. Biden recomendó hace tiempo a Zelenski que se olvidase de Bajmut y enfocara sus esfuerzos en la contraofensiva de primavera. Kiev no ha hecho caso, pero sí ha retirado de primera línea a algunos batallones experimentados para preservarlos de cara a esta operación. Incluso así Occidente piensa que el Gobierno de Zelenski ha asumido un riesgo enorme. Asesores franceses han declarado que, mientras Rusia «no ha tenido inconveniente en enviar a la picadora de carne» a convictos y delincuentes sin experiencia militar, Ucrania ha debido servirse en algunas etapas de la ofensiva de sus «soldados ‘buenos’». Según fuentes rusas, sus cohetes han destruido al menos 300 vehículos blindados, de los cuales 95 habrían sido entregados por la OTAN.
La apreciación no es baladí. El comandante Dmitry Steshin, experto del ‘Pravda’ ruso, explica a este diario moscovita que una de las claves del avance invasor en Bajmut ha radicado en el bombardeo de la retaguardia ucraniana en Chasiv Yar, con la consiguiente destrucción de gran parte de su logística: desde armas y combustibles hasta otros suministros, la mayoría occidentales. «Los asesores occidentales que brindan apoyo a las fuerzas armadas de Ucrania son inútiles en las batallas callejeras a corta distancia. Otro descubrimiento desagradable ha sido el papel de los mercenarios occidentales. Son lerdos o profesionales. Los idiotas en el frente no sirven, y los profesionales están listos para luchar, pero no para morir». La paradoja Bajmut: Kiev dice lo mismo de sus enemigos.
Enlace de origen : Bajmut, en llamas