Chequeo a la ficción española: aprobados y suspensos de los estrenos de 2023

Febrero ha colocado en las plataformas un buen número de producciones españolas, que siguen demostrando el músculo de la industria nacional y la capacidad para ofrecer propuestas diversas. Una serie de animación, un thriller, una comedia romántica y un drama con sello patrio se han colado en los catálogos de HBO, Disney, Netflix y Atresplayer en las últimas semanas. Los periodistas de Pantallas analizan los estrenos de ‘La chica invisible’, ‘Todas las veces que nos enamoramos’, la segunda temporada de ‘Cardo’ y ‘Pobre diablo’.

Daniel Grao en ‘La chica invisible’. /

RC

Disney

‘La chica invisible’: Thriller de ciudad pequeña donde son todos sospechosos. Por Carlos G. Fernández

‘La chica invisible’ es una nueva apuesta de Disney+, un thriller de asesinatos de chicas jóvenes en una pequeña ciudad andaluza. Tiene todo lo que se espera, en especial un «de tal palo tal astilla» de manual: la hija del guardia civil, con una relación complicada con su padre tras la muerte de la madre hace tiempo, lleva a cabo su investigación paralela. Los mayores, que representan la autoridad, al parecer son incapaces de comprender los códigos de los adolescentes y por eso las pesquisas de los jóvenes son tan buenas como las de agentes con veinte años de carrera. Todo esto se explica porque el libro de partida está escrito por el fenómeno para adolescentes Blue Jeans, autor, por ejemplo, de ‘El club de los incomprendidos’, también llevado a la pantalla.

Zoe Stein, actriz hábil para la frontera entre emociones, es la astilla del palo que es su padre, Daniel Grao, siempre preocupadísimo. La ambientación es deudora de otros productos de este tipo, forzando a veces el color terroso del ambiente (en especial en la cabecera, a la que solo le falta una cartela más que diga «inspirado en True Detective, temporada uno»). Hay algunas decisiones estéticas exasperantes, como largos silencios con desenfoques —diría que digitales— rarísimos, donde se supone que una revelación —una de quinientas— le está llegando al personaje de Stein. A veces los subrayados son tan evidentes que se cargan el ritmo. Al menos, la decisión de incluir algo de «folklore andaluz» no está mal llevada, era fácil pasarse de exotismo pero creo que está introducido en una medida justa.

Nadie es particularmente memorable en esta historia. Ni las chicas que aparecen muertas, a quienes conocemos a partir de un buen número de flashbacks, ni los cientos de sospechosos, ni los adultos ni los jóvenes. Puede, eso sí, que de aquí saquemos a dos o tres buenos intérpretes para otros productos. Pero sus personajes son difíciles de defender. Hay poco fondo o no se le da importancia a su construcción dramática. Por eso todas las secuencias son ligeramente evidentes, nos recuerdan siempre a recorridos ya visitados en otras series, películas, o novelas policiacas. El padre drogadicto de la primera asesinada es un contrapunto no tan frecuente que introduce una veta de novedad y de tensión interesante cada vez que aparece.

El mecanismo de este tipo de productos tiene que estar muy bien afinado: me parece que la selección de tramas, personajes y motivaciones es coherente. La dirección de arte, el trabajo de cámara, la música, todo es correcto. Avanzando en la historia, metidos ya en el juego de sospechas, todo está bien trabajado para que sepamos en qué fijarnos, qué pueden significar las miradas, quién estaba en cada sitio en cada momento. Pero lamentablemente eso funciona mucho mejor cuando los personajes nos importan, cuando tienen ese fondo tan difícil de labrar, y no se quedan en meros arquetipos intercambiables con los de cualquier otra ficción.

Georgina Amorós en ‘Todas las veces que nos enamoramos’. /

RC

Netflix

‘Todas las veces que nos enamoramos’: aquellos que un día fuimos. Por Rosa Palo

Alguna vez fuimos capaces de emborracharnos un martes sin sentirnos culpables, de comernos un Donut sin contar calorías, de mirar al futuro con una mezcla de miedo y entusiasmo a partes iguales. Alguna vez convertimos Madrid en nuestro Shangri-La, en nuestra tierra prometida, en la ciudad a la que teníamos que ir para ser alguien, como si fuéramos nadie en nuestro lugar de origen. Alguna vez nos sentimos ilusionados por unos comienzos que no sabíamos hacia dónde nos iban a llevar. Alguna vez, también, fuimos alguno de los protagonistas de ‘Todas las veces que nos enamoramos’.

Será ese recuerdo de aquellos que fuimos el que nos hace ver con mucha simpatía la nueva serie de Netflix, aunque estudiáramos Derecho en Murcia en lugar de pasar por la facultad de Ciencias de la Información en Madrid. Carlos Montero (‘Física o Química’, ‘Élite’, ‘El desorden que dejas’), su creador, sí lo hizo, y ha volcado parte de lo que vivió aquellos años, rememorándolo con una naturalidad y una frescura aplastantes.

Montero compartió piso en Madrid con Alejandro Amenábar (que hace un cameo en la serie) y Mateo Gil, coguionista de Amenábar en muchos de sus trabajos y director, entre otras, de la serie ‘Los favoritos de Midas’ o la película ‘Nadie conoce a nadie’, obra de culto para todos aquellos que aborrecemos la Semana Santa. Gil dirige los dos primeros de los ocho episodios, y el resto corren a cargo de Ginesta Guindal (‘Vida perfecta’), Carlota Pereda (‘Cerdita’) y Bàrbara Farré (‘La última virgen’). La serie, escrita por Montero, J. Escribano y Almudena Ocaña, cuenta las idas y venidas entre Irene (Georgina Amorós), una chica que sale de Castellón dispuesta a ser directora de cine, y Julio (Franco Masini), un estudiante de Derecho atrapado por una oscuridad que no le deja ser feliz.

Pero la historia no comienza en la época universitaria de los protagonistas, sino en 2022. Irene escribe un guion que comienza con estas palabras: «Sí, esta es una de estas historias de amor donde ya sabes lo que va a pasar. O a lo mejor no, a lo mejor no sabes lo que va a pasar. Y eso es mucho mejor. ¿Empezamos?», teclea. E Irene vuelve a 2003 para hablarnos de las ilusiones de las primeras veces y los primeros amores, de las contradicciones propias y ajenas, de los compañeros y los amigos, de lo difícil que les resulta a algunos alcanzar lo que se proponen, de lo fácil que les resulta a otros llegar a ser alguien para terminar no reconociéndose en aquello en lo que se han convertido. Todo eso ocurre entre chupitos, una excelente y atinada banda sonora (suenan Deluxe, Family, La Bien Querida, los Fresones Rebeldes o Ray Heredia), risas y mucho, muchísimo cine, tanto en el fondo (los protagonistas quieren dedicarse a hacer películas), como en la forma, a través de escenas en las que aparecen ‘Tesis’, el «¡Riégueme!» de ‘La ley del deseo’ u ‘¡Olvídate de mí!’ a través de un plano cenital de Julio e Irene.

Alrededor de la pareja protagonista, gravitan varios personajes: Willy Toledo, el padre que intenta revivir su juventud a través de su hijo Julio; Silvia Abril, la madre sobreprotectora de Irene; Albert Salazar, el novio al que Irene deja en Castellón, o Jorge Suquet, el director de cine que descubre a Julio y lo convierte en estrella. Pero, entre todos ellos, sin duda destacan dos grandísimos personajes que sus intérpretes bordan: Da (Carlos González) y Jimena (Blanca Martínez) son mucho más que un contrapeso divertido al drama central, ya que no solo ponen humor a las diversas situaciones, sino que tienen unos conflictos propios que terminarán mezclándose con el argumento principal.

Ahí reside gran parte del éxito de la serie, en ir más allá del romance intermitente entre Irene y Julio para dibujar la vida de un grupo de amigos que buscan el éxito profesional y el personal y que, en esa búsqueda, tendrán tropiezos, alegrías y desengaños. Y, a pesar de que, en algunas ocasiones, no se terminen de comprender el motivo por el que Irene y Julio adoptan determinadas decisiones, o se acabe forzando un tanto la máquina para generar el conflicto necesario, la mirada nostálgica y tierna con la que ‘Todas las veces que nos enamoramos’ contempla a sus personajes se acaba imponiendo. Por ello, y porque el final de la primera temporada queda abierto, queremos conocer qué les sucedió a aquellos que un día fuimos.

Ana Rujas en ‘Cardo’. /

RC

Atresplayer

‘Cardo’ arriesga y gana. Por Mikel Labastida

Hace un par de años ‘Cardo’ se presentó como una pequeña obra que funcionaba como retrato de una generación atrapada por las crisis externas y las contradicciones internas. Aquella pequeña obra se fue haciendo grande, por el efecto sorpresa, por el planteamiento realista, por el boca-oreja, hasta convertirse en una obra mayor capaz de ganar toda clase de premios y de arrastrar a una legión de seguidores.

El cierre de la primera temporada permitía dos posibilidades: quedarse satisfechos con el desenlace -la huida hacia delante que protagonizaba el personaje principal llegaba a su fin tras ser condenada-, o quedarse con ganas de saber más sobre esa joven. María, la chica que lo podía tener todo gracias a su físico, pero que no soportaba casi nada de su vida y que una noche echaba todo a perder por una imprudencia que provocó la muerte de un hombre.

Atresplayer, la plataforma que la emite, y Ana Rujas y Claudia Costafreda, sus creadoras, decidieron seguir adelante, y plantear una segunda temporada. Y han jugado a crear una trama con un tono bien diferente de la anterior. La serie abandona cualquier atisbo de comedia para convertirse en un drama más maduro sobre la presión social, la ansiedad, el sentimiento de culpa y otros elementos que pueden interferir en nuestra salud mental.

Los nuevos capítulos de ‘Cardo’ dejan pasar tres años para que el espectador se encuentre con la protagonista disfrutando de un tercer grado, que le permite salir de prisión y tener que regresar solo a dormir. En contra de lo que pudiera parecer a María no le ha ido mal entre rejas, se ha adaptado, ha estrechado lazos con otras reclusas, y ahora le cuesta imaginarse cómo será su día a día. La jaula en la que ha permanecido le ofrece tranquilidad. La que le espera fuera, aunque carezca de barrotes, le genera desazón. Tiene miedo por el rechazo que pueda provocar y por su incapacidad para reintegrarse después de lo que ocurrió.

Aunque lo va a intentar. Necesita una nueva oportunidad para lograr una estabilidad emocional y económica. Pero se va a encontrar con una situación difícil de gestionar. Sus seres más cercanos han continuado hacia adelante. Algunos han asentado la cabeza (al menos de puertas para fuera) y les cuesta acercarse a ella por los prejuicios y sobre todo por si les complica la vida. Y los que lo hacen solo quieren aprovecharse de su decadencia. Esto va a complicar que María logre esa estabilidad que desea. De los nuevos capítulos destaca el uso que hace de la religión, a la que la protagonista se aferra de una manera casi desespera, y el debate que reaviva sobre el consumo de drogas -legales e ilegales-.

‘Cardo’ arriesga en su segunda temporada y convence. Lo hace narrativamente, incorporando nuevos personajes y rescatando a otros para seguir contando a María. Lo hace formalmente, con una apuesta visual y de montaje específica para cada episodio que podrían funcionar individualmente. Y lo hace conceptualmente, demostrando que en el panorama nacional queda margen para contar los roles femeninos y para adentrarse en tramas urbanas sin caer en tópicos y sin imitar realidades ajenas.

Una imagen de ‘Pobre Diablo’. /

RC

HBO

‘Pobre diablo’: diabólicamente divertida. Por Borja Crespo

No es la primera vez que la tropa de ‘La hora chanante’, Joaquín Reyes, Ernesto Sevilla y compañía, se acercan al mundo de la animación. En el programa de humor, objeto de culto, que les dio a conocer, y en su continuación, ‘Muchachada nui’, el ramillete de sketches iba adornado con algunos cartoons desternillantes, con diseños del propio Reyes, quien siempre se ha mostrado simpatizante del mundo del cómic, o de Carlos Areces, otro que tal baila. El primero, creador de Enjuto Mojamuto, fenómeno viral, ese hikikomori adicto a internet con un gorro imposible sobre la cabeza, tiene en las librerías algún libro recomendable rico en viñetas surrealistas, como ‘Ellos mismos’ o ‘Realidad a la piedra’. Areces, por su parte, es el padre gráfico de las piezas de Los Klamstein, una familia tremedamente peculiar que entronca con el humor que mostraba en su día el miembro de Ojete Calor en las páginas de ‘El Jueves’ bajo el título ‘Ocurrió cerca de tu casa’.

‘Pobre diablo’, por tanto, es un paso natural en la trayectoria de esta cuadrilla de cómicos, señalados como reyes del post-humor, capaces de sacar chispa a cualquier anécdota absurda. La serie de animación que capitanean, avalada por HBO Max, con la colaboración estelar de Miguel Esteban (‘Capítulo 0’), guionista y director del invento, sigue la estela de sus shows televisivos, abrazando el auge imparable de los dibujos animados para adultos en las plataformas.Todavía hay quien relaciona los dibujos animados con el público infantil, algo que el streaming han terminado de pulverizar. Una película, o serie de animación, puede ir dirigida única y exclusivamente a espectadores adultos, aunque lo tenga más difícil en su promoción.

‘Pobre diablo’ está libre de complejos, en este sentido, se mira en las propuestas del sello Adult Swim, disponible en el propio catálogo de HBO Max, y deja volar la imaginación. Estamos ante el trabajo más maduro de Esteban como creador. Ha sabido incluir sus obsesiones, presentes en su monólogos y otras creaciones de su cosecha, en los diferentes episodios, un total de ocho -atención al séptimo, una maravilla que sabe cambiar de tono-, desenvolviéndose como pez en el agua en el imaginario chanante. Los diseños de personajes, obra de Reyes, son una delicia, al igual que los fondos y el cromatismo en general, luciendo una estética llamativa. Técnicamente se mueve en la senda de títulos populares como ‘Rick y Morty’, adquiriendo su propia personalidad partiendo de una idea sensacional. Como si ‘El exorcista’ chocase con los Monty Python o ‘La semilla del diablo’ tuviera una secuela dirigida por los culpables de ‘South Park’, aquí el hijo de Belcebú quiere dedicarse al género musical y no se ve como líder del Apocalipsis.

Esta premisa da pie a incontables gags subrayados por un doblaje coral extraordinario donde, además de la pandilla de ‘Museo Coconut’, participan numerosos representantes de la nueva comedia nacional. Hay gore, chocando con el formato, humor negro y mucho desparpajo, con un agradecida acidez que eleva el conjunto. La selección de canciones en la banda sonora es otro punto a favor. Ojalá renueven temporada.

Enlace de origen : Chequeo a la ficción española: aprobados y suspensos de los estrenos de 2023

Scroll al inicio