Los forenses aseguran que Guillermo Castillo «agonizó» tras recibir «múltiples traumatismos de muy alta intensidad»

Viernes, 15 de noviembre 2024, 12:09

El juicio por el asesinato del hostelero Guillermo Castillo encara su recta final. Este viernes, el protagonismo ha sido para los médicos forenses que realizaron la autopsia de la víctima. Una jornada muy dura para el jurado, que ha visto la crudeza de la agresión que sufrió el restaurador de Cuzcurrita de Río Tirón y que los dos acusados han vivido de una manera muy diferente. Mientras A. D. G. observaba con cierta curiosidad las sanguinolentas imágenes, C. S. R hundía la cabeza entre las rodillas evitando cualquier mirada a las pantallas.

Los médicos han sido contundentes tras repasar la larguísima serie de lesiones que sufrió la víctima. La causa última de la muerte fue un traumatismo cranoencefálico severo que provocó un hematoma interno que impregnó de sangre las meninges cerebrales.

«Guillermo estuvo sangrando a nivel craneoencefálico durante un tiempo. Tardó un tiempo en producirse la muerte», han señalado. Así, la fiscal ha recordado que los acusados, según la señal de las antenas de telefonía, abandonaron la localidad sobre las 00.45 horas de ese 2 de mayo y los forenses datan el fallecimiento entre las 3.00 y las 7.00 horas. «Estuvo agonizando. Estuvo sangrando hasta que se produjo la muerte», han declarado. Incluso los galenos especificaron el doble significado de agonía: la médica, que habla de fenómenos premortales, y la popular, vinculada al sufrimiento extremo. «En este caso hubo una agonía médico-legal y sospechamos, por las pruebas, que también hubo la otra agonía», han abundado.

Una muerte cruel, con infinidad de golpes en distintas partes de la cabeza, en la cara, en ambos brazos, en el tórax, signos de sujeción en el cuello, hematomas en las piernas… causadas casi exclusivamente por golpes («puñetazos, patadas o con algún objeto no determinado») a excepción de una herida incisa sobre el ojo derecho «Compatible con un golpe con la cómoda de la entrada», aunque sin poder determinarlo.

Pero la violencia, vistas las fotografías, tuvo que resultar extrema desde la llegada de los agresores al domicilio de Cuzcurrita. En la entrada aparecieron los primeros restos de sangre, algunas producidas por los golpes y otras de arrastre, aunque la escena más dantesca se vivió en el pequeño aseo de la planta baja, donde moriría el hostelero. Allí, Guillermo reposaba boca arriba, esposado, con la cara tumefacta y un bolsillo del pantalón hacia fuera, en una aparente muestra de la intención del robo.

Los forenses describieron «múltiples traumatismos de muy alta intensidad en un tiempo próximo entre sí, pero no acotado» que dejaron a Guillermo «vulnerable por la edad y con numerosos antecedentes médicos» con heridas en la cara, tres costillas rotas, un cartílago del cuello quebrado, un hombro luxado con desgarro muscular vinculado… Pero fueron los golpes en la cabeza los que le mataron y ante los que nada pudo hacer. «Con la intensidad con los que produjeron los golpes, quizá uno solo hubiera sido suficiente para causar la muerte. La conjunción multiplica la posibilidad», han sentenciado los facultativos.

Las defensas han hecho hincapié en que en la escena del crimen no se hallaron restos de ADN o genéticos de los acusados en las «28 pruebas enviadas» a analizar.

«Tenían capacidad de decidir»

La segunda parte de la sesión ha tenido como protagonistas a los mismos forenses que habían realizado la autopsia a Guillermo Castillo, aunque en esta ocasión el objetivo de los médicos era analizar la imputabilidad de ambos, es decir, si eran capaces de comprender que estaban cometiendo los delitos de los que se les acusan y por los que pueden ser condenados.

Los forenses han analizado el histórico consumo de drogas de ambos y también sus problemas psiquiátricos. Aunque los médicos han dejado claro que no se puede saber si el día del crimen consumieron (la detención se produjo más de tres meses después) sí que han rechazado que este pudiera ser tan excesivo como el referido por A. D. G., que declaró haber consumido «dos o tres gramos de heroína y 10 o 15 de cocaína». «En 37 años de profesión jamás he conocido un consumo de estas características, ni la tercera parte», ha sentenciado uno de los peritos. Por su parte, C. S. R. aseguró que había inhalado «entre dos y tres gramos de heroína».

Los facultativos han dejado claro que «no tenían afectada las capacidades cognoscitivas ni volitivas» y que, en el momento de la evaluación forense (con ambos ya en prisión), «no tenían una alteración que les condicionase la libre elección».

Lo que sí han explicado al jurado es que ambos contaban con informes de los años 2019 y 2020 en los que se reconocía la adicción a tóxicos de ambos y, en el caso de A. D. G., un trastorno de ansiedad. Y que en casos de personas con un largo historial de policonsumo «cualquiera de sus conductas es para procurarse la droga o para obtener dinero para adquirirla», lo que calificaron como «una vida condicionada».

«Se habían ensañado con una persona y estaba muerto»

La jornada del viernes ha comenzado con un asunto clave, especialmente para la defensa de los dos acusados del asesinato de Guillermo Castillo: la declaración de un testigo protegido. Lo más importante es que esta persona está desaparecida y no ha podido ser localizada, por lo que no ha podido declarar en la vista. La fiscal ha solicitado la lectura de la declaración en instrucción de esta persona, a lo que se han negado las defensas al entender que no se respetaba el derecho de defensas y que en vez de un testigo protegido se ha convertido «en un testigo anónimo u oculto». «Después de tres meses de investigación, de escuchas, de pinchazos… sin resultados aparece un testigo que no sabemos si es amigo o enemigo de los acusados, familiar de la víctima… y la investigación se vuelca en estas dos personas», ha mantenido. Las pretensiones de las defensas no han sido atendidas por el magistrado, provocando una protesta, y finalmente la letrada ha leído la sucinta declaración, fechada el 28 de agosto de 2023 y en la que alguien aseguraba que «conocía a C. S. R» y que tras el crimen «se levantó blanco». «Le pregunté qué le pasaba y me dijo que le había dado una paliza a un hombre y se habían ensañado. Y que había visto que se había muerto en las noticias de Google». También C. S. R. le aseguró que le conocía «porque había trabajado con él 12-13 o 20 años antes», que era «un bodeguero con mucha pasta» y que «en casa tendría unos 50.000 o 60.000 euros» pero que apenas se repartieron unos 200 cada uno de los implicados. En la declaración, el testigo protegido también aseguró que «sabía que fueron dos [los que acudieron a Cuzcurrita] pero que no sabe quién era el otro».

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