Ya tenemos una de las sorpresas del año en taquilla, ‘Los pecadores’, un filme que se anuncia como escalofriante, pero lo que más miedo da es su mensaje, tan subrayado como eficaz. El terror tarda en aparecer. Más de dos horas de metraje para que el giro fantástico se manifieste en su clímax, a poco más de 30 minutos del final. No es un problema. De ritmo medido, la película, escrita y dirigida por Ryan Coogler, responsable de las irregulares sagas ‘Creed’ y ‘Black Panther’ -un dato a tener en cuenta-, puede definirse como un ‘Abierto hasta el amanecer’ concienciado, adaptado a los tiempos que corren, como si ‘El color púrpura’ se hubiera visto contaminado por el espíritu grindhouse (violencia, pánico, delirio). El tráiler ya cuenta demasiado, con lo cual no resulta doloroso plantear algún obvio spoiler. La historia empieza en los años 20, en un pueblo de Mississippi. Dos hermanos gemelos, los Smoke, a los que interpreta Michael B. Jordan, con un empaque visual encomiable -las maravillas de las nuevas tecnologías visuales-, regresan a su hogar tras un largo tiempo buscando fortuna en Chicago. Han acumulado vil metal vinculados al mundo del hampa, tras huir de los campos de algodón, pero quieren dejar atrás los negocios sucios. Montar un club de blues en su aldea natal, exclusivo para su gente racializada, es el jarabe existencial que pretenden beber a grandes sorbos, pero la inauguración del garito se complica cuando aparece un grupo de blancos queriendo entrar en la fiesta sin que nadie les haya invitado. Los intrusos huelen a Ku Klux Klan y la muchedumbre congregada no está para tonterías. Cazadores y presas.
‘Los pecadores’ son dos películas en una, y ambas funcionan. Tanto el planteamiento como el nudo atienden a la recreación de una época convulsa, en el profundo Sur de EE.UU., un país forjado a base de violencia, con el blues como telón de fondo. La música del Diablo, como se la definía, es fundamental en el relato, antes de que éste se oscurezca del todo. Coogler defiende que su quinto trabajo es un homenaje a sus raíces y a su abuelo músico. Los acordes de las guitarras y las voces de los lugareños hielan las sangre antes de que aparezca el elemento sobrenatural, el vampirismo, ya en el desenlace. Relacionar a los chupasangres con una secta devoradora que remite tanto al Ku Klux Klan como a grupos religiosos, y políticos, de triste actualidad, es un punto a favor de la propuesta. La metáfora perfecta. Dan auténtico miedo. Saben mimetizarse, convencer a sus víctimas, manipularlas y absorberles algo más que la roja sangre: el alma.
Ku Klux Klan con colmillos
No es fácil encontrar un buen sabor en la batidora triturando varios géneros, pero Coogler lo consigue en la entretenida ‘Los pecadores’, como John Carpenter en el grueso de su filmografía de culto. Hay un plano secuencia magnífico, ahora que está de moda tan sobado recurso cinematográfico, con una excelente banda sonora y diseño de sonido envolvente que da un repaso a la historia del blues, desde los ritmos ancestrales de los que parte a su posterior influencia en la historia de la música. Puro espectáculo. Las escenas de acción irrumpen en escena cuando el horror explota en el tercer acto. B. Jordan se desenvuelve como pez en el agua, repartiendo estopa por partida doble. Nadie tose a sus personajes, con sus contradicciones, porque por algo son dos personas idénticas cuyas relaciones afectivas también forman parte indisoluble del festín sangriento.
Algunos flashes cortos, recordando información al espectador, se antojan redundantes, fruto del afán por dar al público la papilla lo más cocinada posible, el mal del medio audiovisual de nuestros días. Habrá a quien le sobre un epílogo algo impostado, que no cuadra con las reglas del juego, pero la sorpresa es la sorpresa y el director de la estimable ‘Fruitvale Station’, la ópera prima con su actor fetiche, quiere ser autor, aunque aparentemente se comporte como un cineasta desprejuiciado. Sin duda sabe rodar, con un buen material entre las manos. Además, maneja el tono con soltura, con sentido del humor (algún gag alivia la tensión oportunamente), y es consciente en todo momento de lo que tiene entre las manos: un artefacto de evasión y conciencia social. Lanza dardos al racismo, pero también al fanatismo y los múltiples problemas de integración que continúan perennes en el siglo XXI.
Enlace de origen : 'Los pecadores': dos películas al precio de una