Aporofobia es una palabra rara, de las que chirrían en la boca y cuando estalla en los oídos provoca un respingo. Es el miedo al pobre, al diferente, al que vive en el límite. Un vocablo difícil que sepulta la empatía, que distorsiona y provoca … que olvidemos lo que hay detrás: personas.
Y Carmen, la mujer asesinada junto a otro hombre en una sucursal ocupada de la calle San Millán el pasado 18 de octubre, era una vida, una historia que acabó con el peor de los finales. Una precipitada caída a los infiernos, desde la más absoluta normalidad hasta el abismo más profundo. «No era una yonqui ni una sin techo. Era una mujer, una madre y una hermana», llora su hija al recordarla.
Carmen era la chica sin estudios que a los 35 años acabó con gran voluntad la ESO y que quería seguir formándose. Era la madre que cantaba con su hija en casa hasta quedarse afónica. Era la esposa, la que llevaba a sus dos pequeños al parque, la curranta que se deslomaba por prosperar y que animaba a sus dos hijos a estudiar para lograr un futuro prometedor. «Mi madre era buena, no pertenecía a ningún submundo. No era mala como para acabar así», recuerda su hija.
Pero la vida es una senda en ocasiones demasiado estrecha. «Tenía una personalidad adictiva en todos los aspectos. Le podía dar por una dieta, por ejemplo, y la llevaba al extremo», indica la hermana de Carmen. Y ese factor estalló cuando fue diagnosticada de esclerosis múltiple.
«Le pilló en un momento vital malo y esa enfermedad desencadena ansiedad, impulsividad…», relata su hermana. Una mecha que trató de apagar con alcohol, pero pronto llegó la droga hasta recalar en la más adictiva: la heroína. Apenas dos años. Una veloz carrera hacia la nada de la que tanto su entorno como ella eran conscientes. «Fuimos a psicólogos, psiquiatras, a Proyecto Hombre… Cuando estaba lúcida nos decía que quería dejar las drogas. Ingresaba tres días, pero al cuarto pedía salir y volvía a caer», recalca la hija.
«No tuvimos apoyos. Llega un momento en que te quedas sin herramientas para luchar», relata la hermana de Carmen. Y así se fueron soltando los lazos, aunque sin llegar a romperse. Una familia anclada en el mundo estándar y ella buscando límites imposibles.
«Fuimos a psicólogos, a psiquiatras, a Proyecto Hombre… Ingresaba tres días, pero al cuarto pedía salir y volvía a caer»
Hija de Carmen
«Pero hasta cuando mi madre ya estaba mal, incluso durmiendo en la calle, cuando a mi me ocurría algo y necesitaba su ayuda, ella estaba allí», recalca su hija. Intentaron que volviera («le ofrecí venir a mi casa, pero con normas, sin alcohol ni drogas, y no pudo», añade) y también trataron de incapacitarla judicialmente. Tampoco lo lograron. La droga mandaba.
«Incluso nos decía que la atásemos a la cama y no la soltáramos, pero volvía a recaer», recalca. «A todos siempre nos va a quedar la pena de saber si pudimos hacer más. Pero hicimos todo lo que pudimos» se quiebra la hermana al recordar «la espiral autodestructiva en la que cayó».
«Sin confirmación oficial»
La zozobra la arrastró a un mundo donde las reglas no existen y del que la familia poco sabe porque nunca han sido informada, lo que les duele especialmente. A pesar de haberse realizado las pruebas de ADN el 25 de octubre, los resultados no han llegado. «Seguimos sin tener la confirmación oficial de que mi madre es la fallecida. La edad, dos hijos, española y que está desaparecida… Todo cuadra, pero no nos han dicho nada. Si sabes que es mi madre, ¿por qué no vienes a decírnoslo a la familia?», se queja amargamente.
«Se les llena la boca hablando de apoyo, solidaridad con la familia… ¿Pero qué apoyo? Queremos una respuesta para poder empezar el duelo. Necesitamos enterrar a mi madre», reclama esta veinteañera.
«A todos siempre nos va a quedar la pena de saber si pudimos hacer más. Pero hicimos todo lo que pudimos»
Hermana de Carmen
Es el principal interrogante, pero hay más. ¿Qué pasó esa madrugada del 18 de octubre en esa sucursal abandonada hace años y ocupada? ¿Cómo y por qué la asesinaron a ella y a otra persona? ¿Quién es esa expareja de 39 años de la que habla la Delegación del Gobierno y por qué la muerte de Carmen se ha considerado un caso de violencia de género?
«Nosotros no conocemos a ese hombre. No es mi padre, que además legalmente sigue casado con ella, ni otro del que teníamos constancia», explica la hija. Y, sobre todo, la respuesta que no ha llegado es si «ese presunto agresor de 39 años», según la nota de prensa remitida el miércoles por la Delegación del Gobierno en La Rioja, es uno de los tres detenidos y encarcelados tras el crimen o hay un cuarto implicado.
Los vástagos de Carmen necesitan saber todo «para poder seguir adelante, aunque sea muy duro». «No puede serlo más de las mil escenas que he imaginado yo hasta que me estallaba la cabeza. ¿Qué pasó ahí dentro? ¿Qué dijo? ¿Por qué la quemaron?», añade la hija visiblemente emocionada
La familia nunca pudo esperar un final tan siniestro para Carmen. «Creía que me iban a llamar un día para decirme que había sufrido una sobredosis o que la habían detenido y eso podía servir para encauzarla. Pero era tan buena que ni eso», solloza. Incluso en ese submundo, Carmen dejaba destellos, lo que nunca es fácil. Por ejemplo, en la puerta de la sucursal bancaria de la calle San Millán aparecieron mensajes de recuerdo y cariño de gente que tenía trato con ella. «Me duele en el alma oír que era una sintecho. En ese momento vivía en la calle, pero mi madre era otra y para mí siempre será otra», concluye la hija de Carmen.
Enlace de origen : «No era una yonqui ni una sintecho. Era una mujer, una madre, una hermana»