Una escuela con alma serrana

María Jesús, que lleva aquí desde el año 1971, se conoce al dedillo todos los intestinos del antiguo asilo. Con sus llaves en la mano acompaña a los cronistas al desván, una estancia vacía y abuhardillada con dos ventanucos opuestos que se abren a un cielo azulísimo. Todavía están allá los viejos depósitos de agua de los que se abastecía el edificio. En realidad, hay piezas singulares diseminadas por aquí y por allá, muebles y elementos arquitectónicos que han conseguido superar airosamente todas las metamorfosis del palacete: la tarima original, el suelo de mosaico granítico, varias mesas, los radiadores de hierro… En la parte trasera, algunas aulas dan a la galería de madera, desde la que se divisa el patio y el campanario, herido por un rayo. Hay ahora una veintena de alumnos, desde Infantil a Segundo de la ESO, y desde la clase de los más pequeños se oyen voces alegres que gritan en inglés:

– What is this?

– It’s a lion.

– Roooaaagggggg!

En la biblioteca conviven libros antiguos y modernos. Es una mezcla estimulante y extraña. Libros de la colección ‘El Barco de Vapor’ o de la enciclopedia ‘Me Pregunto Por Qué’ conviven con un tomo antiquísimo de ‘Sotileza’, de José María de Pereda, o con un volumen muy viejo que tiene un título enigmático: ‘Los animales pintados por sí mismos’. En el aula más grande hay incluso un teatro, con unos fastuosos cortinones entreabiertos que invitan al disimulo, a la máscara y al juego. Es la hora de recreo. Los chavales salen al patio en tropel. Dos mocetes mayores buscan desesperadamente a María Jesús para pedirle que les abra el armario del balón. Huele a bizcocho recién horneado. En la cocina, Adrián hace café y se afana en preparar el menú del día mientras María Jesús, en la sala, pone los cubiertos.

En los platos aún campea el membrete de «Residencia Nuestra Señora del Carmen». Hay en este inusual colegio un ambiente hogareño difícil de encontrar en otros centros más modernos, más populosos, más asépticos. El edificio pertenece a un patronato instituido por la fundadora, doña Alberta Martínez de la Riva. Su actual presidente, Jacobo Martínez, recuerda que no ha sufrido grandes reformas y eso le permite mantener casi incólume su estampa centenaria. «Y lo más importante es que está en uso y Ortigosa tiene escuela», concluye.

Volver

Enlace de origen : Una escuela con alma serrana

Scroll al inicio