‘Doctor en Alaska’, que Filmin ha incorporado a su catálogo, se convirtió en su día en un fenómeno. Y en algo más: un estilo de narración, un culto, un refugio.
¿Y si lo que empieza siendo un castigo, una maldición, una condena, termina convertido en el mejor de los mundos posibles? ¿El desvío que lleva a la verdad?
El doctor Joel Fleischman, judio, joven, neurótico, neoyorquino, acelerado y moderno, llega a Alaska para devolver a la sociedad el crédito escolar que le permitió convertirse en médico. Es su primer destino: el sitio en el que viven los extraños habitantes de un pueblo perdido y aislado que para él es el peor lugar sobre la tierra. Sin cultura, sin eventos, sin garitos, sin la histeria y la energía de Brooklyn o Manhattan que su ansiedad necesita. El infierno. Para el resto, para sus habituales, Cicely es el paraíso. El lugar elegido.
A Fleisschman le costó seis temporadas y más de 100 episodios aceptar esa revelación: que Cicely, en el corazón de Alaska, un lugar fascinante, imprevisible y salvaje, entre frío y montañas, entre osos y ríos heladores, rodeado de personajes excéntricos, absurdos, locos, naturalmente diferentes, podría ser el lugar perfecto para ser feliz. O lo más parecido. Un pez fuera del agua que aprende, por fin, a respirar el aire de una nueva vida. Capaz de convivir incluso con el alce Mort, la mascota, la identidad, el icono mítico del pueblo que pasea por las calles su elegante y solitaria cadencia.
Eso es ‘Northern Exposure’, o ‘Doctor en Alaska’, en su adaptación española, que Filmin (re)estrena desde esta martes 7 de febrero. La serie tiene más de 30 años. Y es una joya. CBS la distribuyó en el verano de 1990. Duró hasta 1996. En España, la segunda cadena de Tve –la 2– la programó a su manera, sin hora ni día fijo, sin lógica ni concierto. Doblada y desordenada. Pese a eso, como en su país de origen, se convirtió en un fenómeno. Y en algo más: un estilo de narración, un culto, un refugio. Como Cicely.
Dos décadas trabajando
Joshua Brand y John Falsey fueron los guionistas, los creadores. Hoy, claro, alcanzarían el olimpo de los showrunners. Juntos trabajaron durante casi dos décadas. E hicieron historia de la televisión. Venían de triunfar, entre otras, con St, Elsewhere, la madre de todas las series modernas de hospitales y tramas cruzadas. Y pusieron su mirada crítica y fantástica -se puede– en Tiempo de Conflictos o Un año en la vida, dos referencias de televisión porosa y real. Para el primer verano de la década les pidieron una historia agradable y peculiar, fresca y curiosa. Ocho episodios para soportar el estío. ‘Northern Exposure/Doctor en Alaska’ terminó convirtiéndose en un un hito, un paréntesis mágico y quizás, irrepetible. Seis temporadas, la última de la mano, entre otros, de David Chase, justo antes de enfangarse en Los Soprano. La televisión generalista como referencia de la narrativa de calidad, del riesgo, de la aventura y del éxito.
En 1990 también reinó ‘Twin Peaks’. Pero el universo de ‘Doctor en Alaska’ le lleva a Fleishman por territorios distintos de los que transita el agente Cooper. También fantásticos, imprevisibles, diferentes, pero dotados de un elegante toque de ternura, habitabilidad y cercanía. Hay osos y ríos, montes y mucha nieve, bosques, frío. Mucho. El peor-mejor lugar del mundo. Y en medio de todo eso, el verborreico médico neoyorkino tiene que enfrentarse, entre otros, a un astronauta retirado con delirios de grandeza, una enfermera nativa de poquísima palabras, un casi anciano propietario del bar del pueblo casado con una inteligente y delicada veinteañera, un joven obsesionado por el cine clásico y los espacios abiertos, un locutor de radio, filósofo, artista conceptual y media docena de cosas más y, sobre todo, a una intrépida cartera aérea, feminista sin etiquetas, convertida en la otra parte de una tensión sexual eterna. O casi.
Cada episodio es una fiesta. Y las tramas y los cruces dan para variaciones de género, estilo y narrativa. Toda clase de excentricidades que, sin embargo, permanecen absolutamente ancladas a la realidad. La sorpresa es constante. Y la credibilidad. Hay historias que pasan en los sueños de un personajes, otras que nos llevan décadas y décadas antes a los tiempos de la fundación de la ciudad (por cierto, por dos mujeres que se amaban y vivían en consonancia a sus deseos); que se manejan con la poesía, con visitas de imposibles anacrónicos personajes históricos, en silencio, al revés: crossover de todas clases porque todo es posible en Cicely.
Las seis temporadas dieron para más de 30 nominaciones a los Globos de Oro y dos premios Emmy. Pero, sobre todo, consolidaron la existencia de un mundo único, de un universo lejano y posible en el que, como Fleishman, uno puede aprender a ser feliz. O a intentarlo. En el que la fantasía de la televisión nos permitía habitar una verdadera tierra de asilo. ‘Doctor en Alaska’, en original ‘Northern Exposure’, es un regalo. Al alcance de la mano.
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